viernes, 1 de febrero de 2019

Visitantes



Nos quedábamos hasta tarde esperando. Mirando por la ventana hasta que llegaban. Recitando plegarias para acelerar su presencia. Nos lo reprochábamos unos a otros si no aparecían. Hermano Uno tuvo la culpa. Fue Hermana Dos y sus caprichos. Fue que pillaste una rabieta. Tú, fuiste tú -nos señalábamos unos a otros con furia y decisión-, tú lo rompiste. No vendrán nunca más. No vendrán ya más porque fuimos malos. Pero venían. Casi siempre venían. Llegaban por la noche de madrugada. Dejaban una peste silenciosa, un rastro de babas. Venían los monstruos a devorarnos en las camas, a trenzar con aliento fétido nuestros cabellos. Nos indicaban el camino del bosque con manos temblorosas. E íbamos. Por supuesto que íbamos.