El ser humano necesita creer en algo. Lo necesita. Con
todas sus fuerzas. Y es por eso —y porque de alguna forma debe dar explicación
a la muerte inevitable— por lo que inventa una cosmogonía, una mitología, unas
religiones. Una idea de Dios y un culto. Pero cuando esa idea de Dios no es
suficiente, el ser humano sigue necesitando creer en algo. Y se apoya entonces
en disciplinas alternativas, en la magia, en la superstición, en lo new age o en pseudociencias. Poco
importan los lugares o las épocas: el fenómeno es el mismo. Gentes que necesitan
ser engañadas y otras que se dedican a engañar, el ciclo de la creencia.
Los bosques
imantados cuenta la historia de Victor Blum, periodista del Le Siècle y biógrafo de Robert-Houdin,
en el momento en que viaja al bosque de Samiel, en una localidad rural de
Francia, para cubrir el evento del año: la aparición de Locusto y el eclipse
que recargará la magia del lugar. A su misión de poner al descubierto los
engaños de Locusto (estudioso de lo oculto y revitalizador de las teorías del
magnetismo animal) se le añaden otros hechos inquietantes: la profanación de la
iglesia de Saint-Boffon y el hallazgo del cadáver de un dibujante en el bosque.
Los encuentros con la fauna local y con viajeros llegados para el eclipse,
creyentes acérrimos de la magia del bosque, se suman a las investigaciones de
Blum.
La trama avanza con una estructura clásica, todo un
homenaje a las novelas de misterio decimonónicas. En Los bosques imantados, a pesar del homenaje, Vico nos cuenta la
historia desde la ironía, haciendo hincapié en el trasfondo mucho más que en
los incidentes que llevan a los personajes de un lado a otro, configurando un
relato que puede disfrutarse a capas, desde las más superficiales hasta las más
profundas, a gusto de cada cual. Todo ello lo separa de la tradición, del
misterio al uso, y añade una vuelta de tuerca más al género.
Flota por toda la novela cierta dualidad, dicotomías
interesantes que rozan a los personajes, que circulan por las escenas. Razón/magia,
realidad/sueños, intuición/experiencia, nuevo/viejo. Contradicciones necesarias
que dan al conjunto mayor profundidad. El XIX no deja de ser un siglo
contradictorio, enganchado a la ciencia y a lo gótico, a la luz y a la noche, y
así queda reflejado en cada página. Sin embargo, Vico nos sumerge en la época
de manera sutil, sin aspavientos. El ambiente se limita a alusiones en la ropa,
en objetos. Son pinceladas aquí y allá. Lo decimonónico es una sensación, no
una descripción exhaustiva. El lenguaje es sencillo, directo; en muchas
ocasiones, poético. Y sin embargo, no desentona, no saca del ambiente ni
destruye la atmósfera. Y es que la novela se ambienta en la Francia rural del
siglo XIX, pero podría estar hablándonos del aquí y ahora, tanto en fondo como
en forma.
El magnetismo animal o mesmerismo, de la mano del
bosque de Samiel, opera en la novela de elemento simbólico para representar la
atracción por lo pseudocientífico. La necesidad de ser alcanzados por otra realidad
que mejore esta realidad, otra a la que podemos llamarle X. Cada cual rellene
el hueco a voluntad y escoja ovnis, vírgenes, espíritus, dioses. El mensaje de
la atracción por lo extraño trasciende, y trasciende porque es actual. Lo mismo
sucede con el de la manipulación, porque la manipulación es otro de los mensajes
que asoman en Los bosques imantados.
La manipulación por medio de las creencias y gracias los medios de
comunicación. Y es que sobre la información —al igual que sobre las
pseudociencias— flota una imagen de objetividad necesaria para todo engaño o
sensacionalismo, una objetividad que dota al mensaje de un halo de veracidad. Vean
y crean, lo hemos contrastado.
Un acierto de la novela es la construcción del
personaje principal, el periodista Víctor Blum. Contradictorio como el siglo
que le toca vivir, es un hombre guiado por la razón y al mismo tiempo fascinado
por los fenómenos extraños, vegetariano y bebedor, con los pies en la tierra
pero marcado por sueños e intuiciones. De la mano de dos genios, Robert-Houdin
y Shakespeare —ambos ligados a su vez a la dicotomía razón/intuición— se
encargará de cumplir la misión que le ha llevado al bosque de Samiel: descubrir
el gran timo que prepara Locusto, personaje que, pese a estar desaparecido, se
encuentra presente en toda la obra y en todo momento para marcar los pasos de
cada uno de los personajes.
En definitiva, Los
bosques imantados es una obra de apariencia sencilla, de fácil lectura,
pero no por ello exenta de profundidades y esquinas en las que Vico esconde
toques de intertextualidad, alusiones, paralelismos y, algo que debemos
reivindicar en los tiempos que corren, el elemento fantástico que convierte una
obra normal en otra mucho más fascinante. Se trata del ilusionismo del escritor
cuyo fin es transformar la realidad, no realizar una mera copia, y mostrar —ya
que estamos— que la literatura de género es una literatura perfectamente válida.
En este caso, ese ilusionismo se pone al servicio de la razón. Y es que la
sinrazón se combate con imaginación y con ingenio. Siempre.
*Esta reseña fue originariamente publicada en la revista Vísperas.