viernes, 6 de julio de 2018

Los bosques imantados, de Juan Vico.


El ser humano necesita creer en algo. Lo necesita. Con todas sus fuerzas. Y es por eso —y porque de alguna forma debe dar explicación a la muerte inevitable— por lo que inventa una cosmogonía, una mitología, unas religiones. Una idea de Dios y un culto. Pero cuando esa idea de Dios no es suficiente, el ser humano sigue necesitando creer en algo. Y se apoya entonces en disciplinas alternativas, en la magia, en la superstición, en lo new age o en pseudociencias. Poco importan los lugares o las épocas: el fenómeno es el mismo. Gentes que necesitan ser engañadas y otras que se dedican a engañar, el ciclo de la creencia.
Los bosques imantados cuenta la historia de Victor Blum, periodista del Le Siècle y biógrafo de Robert-Houdin, en el momento en que viaja al bosque de Samiel, en una localidad rural de Francia, para cubrir el evento del año: la aparición de Locusto y el eclipse que recargará la magia del lugar. A su misión de poner al descubierto los engaños de Locusto (estudioso de lo oculto y revitalizador de las teorías del magnetismo animal) se le añaden otros hechos inquietantes: la profanación de la iglesia de Saint-Boffon y el hallazgo del cadáver de un dibujante en el bosque. Los encuentros con la fauna local y con viajeros llegados para el eclipse, creyentes acérrimos de la magia del bosque, se suman a las investigaciones de Blum.
La trama avanza con una estructura clásica, todo un homenaje a las novelas de misterio decimonónicas. En Los bosques imantados, a pesar del homenaje, Vico nos cuenta la historia desde la ironía, haciendo hincapié en el trasfondo mucho más que en los incidentes que llevan a los personajes de un lado a otro, configurando un relato que puede disfrutarse a capas, desde las más superficiales hasta las más profundas, a gusto de cada cual. Todo ello lo separa de la tradición, del misterio al uso, y añade una vuelta de tuerca más al género. 
Flota por toda la novela cierta dualidad, dicotomías interesantes que rozan a los personajes, que circulan por las escenas. Razón/magia, realidad/sueños, intuición/experiencia, nuevo/viejo. Contradicciones necesarias que dan al conjunto mayor profundidad. El XIX no deja de ser un siglo contradictorio, enganchado a la ciencia y a lo gótico, a la luz y a la noche, y así queda reflejado en cada página. Sin embargo, Vico nos sumerge en la época de manera sutil, sin aspavientos. El ambiente se limita a alusiones en la ropa, en objetos. Son pinceladas aquí y allá. Lo decimonónico es una sensación, no una descripción exhaustiva. El lenguaje es sencillo, directo; en muchas ocasiones, poético. Y sin embargo, no desentona, no saca del ambiente ni destruye la atmósfera. Y es que la novela se ambienta en la Francia rural del siglo XIX, pero podría estar hablándonos del aquí y ahora, tanto en fondo como en forma.
El magnetismo animal o mesmerismo, de la mano del bosque de Samiel, opera en la novela de elemento simbólico para representar la atracción por lo pseudocientífico. La necesidad de ser alcanzados por otra realidad que mejore esta realidad, otra a la que podemos llamarle X. Cada cual rellene el hueco a voluntad y escoja ovnis, vírgenes, espíritus, dioses. El mensaje de la atracción por lo extraño trasciende, y trasciende porque es actual. Lo mismo sucede con el de la manipulación, porque la manipulación es otro de los mensajes que asoman en Los bosques imantados. La manipulación por medio de las creencias y gracias los medios de comunicación. Y es que sobre la información —al igual que sobre las pseudociencias— flota una imagen de objetividad necesaria para todo engaño o sensacionalismo, una objetividad que dota al mensaje de un halo de veracidad. Vean y crean, lo hemos contrastado.
Un acierto de la novela es la construcción del personaje principal, el periodista Víctor Blum. Contradictorio como el siglo que le toca vivir, es un hombre guiado por la razón y al mismo tiempo fascinado por los fenómenos extraños, vegetariano y bebedor, con los pies en la tierra pero marcado por sueños e intuiciones. De la mano de dos genios, Robert-Houdin y Shakespeare —ambos ligados a su vez a la dicotomía razón/intuición— se encargará de cumplir la misión que le ha llevado al bosque de Samiel: descubrir el gran timo que prepara Locusto, personaje que, pese a estar desaparecido, se encuentra presente en toda la obra y en todo momento para marcar los pasos de cada uno de los personajes.
En definitiva, Los bosques imantados es una obra de apariencia sencilla, de fácil lectura, pero no por ello exenta de profundidades y esquinas en las que Vico esconde toques de intertextualidad, alusiones, paralelismos y, algo que debemos reivindicar en los tiempos que corren, el elemento fantástico que convierte una obra normal en otra mucho más fascinante. Se trata del ilusionismo del escritor cuyo fin es transformar la realidad, no realizar una mera copia, y mostrar —ya que estamos— que la literatura de género es una literatura perfectamente válida. En este caso, ese ilusionismo se pone al servicio de la razón. Y es que la sinrazón se combate con imaginación y con ingenio. Siempre.



*Esta reseña fue originariamente publicada en la revista Vísperas.