En
el Eje de la luz (Renacimiento, 2017),
José Iniesta nos propone lo mejor de su música, sus palabras más hondas.
Constituyen este poemario versos que nos hablan de la luz de cada día, de la
luz extraordinaria e inefable a la que solo cabe darle forma en el poema, con
las palabras precisas y con el ritmo perfecto que impregna cada verso de José.
He
de decir que fascina leer El eje de la
luz, fascina mucho. Por su misterio, por su calor, por ese andar de las
luces a las sombras deteniéndose en lo cotidiano para, al fin, reflexionar
sobre la vida y su sentido.
En
ocasiones el poeta encuentra la verdad muy cerca: el patio, el árbol, el
camino. Todo es un descubrimiento, una lección de vida, la conclusión de una
certeza. En ocasiones la revelación viene del recuerdo de la madre ausente y
del reconocimiento de la luz que dio, otras veces son las manos de la hija al
piano o un paseo junto al hijo. El amor como luz en el padre y en la esposa, en
todo aquello que rodea al poeta y que es extraño a fuerza de ser conocido.
Y
es que José escribe como si tuviera el mundo entero al alcance de su mano, como
si le hiciera falta solo un gesto, alargar el brazo y coger todas las cosas del
mundo puestas ahí, a su alrededor, a su alcance, resplandecientes por la luz,
perfumadas, cotidianas. Le embarga a uno cierta paz al leerlo, un no sé qué de
esperanza. Porque cuando todo es noche, sigue existiendo frente al poeta la luz
de una vela, la luz de un poema. La luz es lo que permanece y es el cambio, es
el discurrir del tiempo, el paisaje, las estaciones. El poeta sobrevive gracias
a las pequeñas cosas, las suyas, se reconoce en ellas y se auto explora en la
naturaleza propia.
Hay
en El eje de la luz mucho de auto
conocimiento, de indagación en uno mismo a través de la contemplación del
paisaje. El poeta se reconoce en el acantilado, en el jardín, en los almendros,
en el mar. Se reconoce en el jazmín del patio y en las nubes, se ve a sí mismo
retratado en la nevada. Y así, cada verso de El eje de la luz nos acerca a ese misterio que es José Iniesta, a
la voz sincera del poeta que “nada le pide a la vida” y que sin embargo nos
susurra que: “Jamás imaginé que yo acabara/ aquí,/ dichoso de mirar lo que he
mirado.”
Durante la presentación de El eje de la luz en Albacete. |