martes, 28 de agosto de 2018

Unidades



La culpa de todo la tiene esa manía de descomponerlo todo en pequeñas unidades, en miles de millones de partes constitutivas, porciones lingüísticas aisladas, únicas hasta la locura. Morfología, hermosas y frágiles categorías discursivas, sustantivos, adjetivos, funciones sintácticas, estructuras circulares.
Y quién sabe qué más.
Por eso me tumbé y empecé a descomponer mi dormitorio como si fuera un texto, siempre reservando un lugar muy especial para la cama. Comencé por la mesita de noche e hice morfemas y monemas. Seguí por la cómoda, de la que salieron mil setecientas partes sin contar los cajones y las mangas de las camisas. Luego vino el rincón derecho, los flecos de la colcha, el maravilloso signo de la lamparilla colgando con actitud de lexema y las tres mil trescientas sesenta y ocho pelusas que abracé con desconsuelo. Después empecé por mi pie. Un dedo, dos dedos, tres dedos, diez, doce, quince dedos. Cuatro mil partes en su conjunto formaban mi cuerpo, entre verbos y nexos de oraciones, todos radicales y excelsos.
Estornudé un sintagma que se fundió entre las sábanas con un deje poético. Me pesaban los párpados, se me cerraban sin querer los elementos del lenguaje, fundamentales para la correcta interpretación de mis partes retóricas, novecientas en total.
Y lo supe. Fui consciente de ello. Supe que la culpa de todo la tienen cada una de mis pestañas. Lo supe cuando acabé de contarme. Después intenté ponerme de pie. Y no pude.