Título:
Adriático.
Autor:
Eva Díaz Pérez.
Editorial:
Fundación José Manuel Lara
Año
de publicación: 2013.
Páginas:
256.
Existe
un tipo de novela sensorial, como nacida de una inspiración secreta y sutil,
que tiene el poder de representar en la mente del lector sonidos, olores y
formas. Novelas que transportan, que tocan, que contagian. Adriático es una de esas novelas. Delicada. Táctil. Vespertina.
Como si estuviera hecha de alabastro.
Se
trata de una suerte de intrahistoria de los objetos olvidados en el fondo de
los canales de Venecia, mecidos por los siglos. Unas dentro de otras, enlazadas,
las historias caminan de la mano. Y el resultado final es este tapiz compacto
de objetos, familias y palacios.
El
argumento general es la labor del profesor jubilado Vittorio Brunelleschi, al
que la Municipalidad de Venecia le encarga librar del fondo de la laguna
aquellos objetos perdidos año tras año, a la búsqueda de piezas de verdadero
interés histórico. Así, el viejo profesor rescata de las aguas cosas tan
variopintas como una sandalia, un carruaje, el maletín de un perfumista, libros,
o los restos de los desposorios de Venecia con el mar. Junto a esta labor de
arqueología acuática, Vittorio Brunellesqui se ve atrapado por el peso
legendario de su familia, peso que el hecho de cohabitar con fantasmas no
mejora, y con el recuerdo de los días en Trieste. Es esta, en realidad, la
historia de dos ciudades. La una, Venecia; la otra, Trieste. Ambas recubiertas
de una pátina de decadencia y melancolía, ambas bañadas por el Adriático.
La
novela se inicia con un cadáver que flota en las aguas de la laguna. El cuerpo
sangrante de una dama, con pelo de olor a uvas, y una ciudad sumida en el sueño
que es testigo mudo de tal despropósito. Tras este episodio inicial, se nos
presenta al personaje central, el tal Vittorio Brunelleschi. Habitante del Palazzo
del Aire, pasa los días contemplando tapices ajados, pasillos, habitaciones,
antiguos muebles y reliquias de antaño. Último inquilino del palacio familiar,
preso ahora del declive, es capaz de atisbar, noche sí, noche también, la
presencia de sus ancestros con los que se cruza en las escaleras o con los que
coincide tras el tapiz favorito de la tía abuela Agnese.
El
tiempo en Venecia transcurre apacible, solo alterado por las mañanas de
búsqueda a bordo de la vieja barca y el posterior análisis y clasificación de
las piezas recuperadas. El profesor concibe este trabajo como tedioso, una
forma de aparcar al viejo dinosaurio que él es, dándole una ocupación propia de
becarios. O de basureros. La compañía de Pietro, su empleado, no alivia el
panorama. Sin embargo, recobrarse cosas, se recobran. Esta ocupación será la
clave estructural de la novela, pues capítulo a capítulo vemos cómo se suceden
los hallazgos (interesantes unos, intrascendentes para la historia otros) y
cómo a continuación se nos narra el proceso de la pérdida del objeto en
cuestión. Encontramos, pues, una ida y una venida del presente al pasado. A
Vittorio clasificando antiguallas oxidadas, y a sus dueños perdiéndolas a
través de las épocas. Y es que el presente y el pasado terminan por ser uno en
lo más profundo de esta historia, hilos entretejidos del misterioso paño que es
la vida.
Sabemos
que la realidad se confecciona con detalles, y detalles son los que Eva Díaz
nos da. Detalles sensoriales, visuales, que hablan del amor por los objetos,
objetos que son la representación de cada tiempo, el símbolo de cada etapa en
esta curiosa estampa de Venecia. De Venecia y de Vittorio, el último de su
estirpe. Soplan los vientos entre los edificios de la ciudad, y de igual manera
la novela se estructura en tres partes que llevan los nombres de estos aires:
Siroco, Bora y Maestral. Y así va y viene la memoria de Vittorio (y la de
Pietro, su ayudante, a caballo entre jóvenes judías y ratas fantasmales) a lo
largo y ancho de los cincuenta y ocho capítulos. Memoria iniciada en su vejez y
que se retrotrae a Trieste, etapa de años felices y de huida (porque un hombre
que no trata de escapar de su familia alguna vez en su vida, no es un hombre),
de matrimonio y viudez.
El
personaje de Vittorio es sólido, tanto como solo saben serlo los personajes que
asoman en las novelas sobre Venecia. Tiene un algo de la ciudad dentro de sí,
como si no se concibiera enmarcado en otro espacio. Vittorio, en su vejez, es
un hombre tenue, reflexivo, melancólico. Es un personaje que convive con
fantasmas y que de alguna manera posee cierta sabiduría espectral dentro de sí.
Esas cosas raras que se llevan en la sangre.
De
igual manera bien definido encontramos a Pietro, personaje que me fascina
especialmente. Viejo de pasado turbio, buscavidas amigo de la botella, es un
elemento narrativo al que casi podemos oler. Huele a costra, sudor añejo y
licor macerado en su cuerpo noche tras noche. Pudiera ser el contrapunto al
bueno de Vittorio, todo sensatez y seriedad. Un contrapunto necesario.
No
predomina la acción en la novela. Se me antoja un relato estático, reflexivo,
descriptivo, pero terriblemente hermoso. Es una de esas novelas para evocar,
para perderse dentro, tan raras hoy en día. El estilo de Eva Díaz es en extremo
literario, rayano con lo poético y, sin embargo, es un estilo ágil, fluido, que
engancha. Insinuante. Acorde con lo que se narra. Los lectores terminamos por
verlo todo (y tocarlo, y olerlo), desde la mohosa escalera de piedra del
Palazzo hasta la sandalia huida del pie de una turista. Y no es porque Eva Díaz
nos lo describa a la manera galdosiana, dando cuenta de infinitesimales detalles.
No. Para nada. Usa la palabra certera, la imagen precisa, la descripción corta,
pero efectiva. Nos crea así una ambientación crepuscular con algo de novela
gótica. Un ambiente que es un híbrido entre el hoy y el antes. Todo un acierto.
Adriático forma parte de
una serie de novelas en las que la autora pretende recrear Europa para
nosotros, sus lectores. Un pequeño trozo del Viejo Mundo entre las páginas de
un libro. No podría pedirse más. Por el momento, Adriático ha sido merecedora del VII Premio Málaga de Novela y para
mí Eva Díaz ha quedado apuntada en la agenda de “cosas que hay que leer sí o
sí”.
No
puedo concluir esta reseña sin dejar constancia escrita de que, tras leer Adriático, me entraron unas ganas
terribles de viajar a Venecia y tratar de encontrar el viejo Palazzo del Aire. Imagino
que a ustedes les ocurrirá lo mismo. Si así fuera, nos vemos por allí mecidos
por los canales.
(Esta reseña fue publicada en la revista Vísperas en el años 2014.)