Habitar fuera del tiempo
en un espacio sin espacio. No ver. Tan solo oír, tocar, sentir. Huir. Buscar.
La habitación oscura es ese rincón útil, ese lugar para descubrir,
experimentar, aislarse de uno mismo. Con el marco de la crisis, la necesidad de
evadirse de la realidad cobra una importancia vital. Es ahí fuera donde
convivimos con la hipoteca, el ex marido, el jefe, el paro, los hijos. Donde el
tiempo vuela y donde envejecemos. El lugar donde el trabajo y el dinero se
acaban. Donde uno puede morir. Sin embargo, dentro, en esa habitación oscura confortable
y anónima, uno puede envolverse de sí mismo y dejarse llevar, ser todo o no ser
nada. A gusto del ocupante.
El argumento de La habitación oscura (Seix Barral, 2013)
es sencillo: un grupo de amigos construyen en un local un cuarto donde nunca
entra la luz, una habitación sin rendijas, por completo sumida en las tinieblas.
Ese será el escenario para practicar sexo sin saber con quién y sin ser
reconocidos, una manera como otra cualquiera de pasar un sábado por la noche.
Vuelan raudos los años y la vida comienza a pesar. La transgresión de la
juventud se transforma en un anhelo de escape en la madurez. El mismo grupo
desfila ahora por el interior de la habitación, pero sus preocupaciones son
otras. Sobrevivir al día a día, por ejemplo. Superar las dificultades que
acarrea consigo la edad adulta en los tiempos que corren.
Se trata ésta de una
caverna de Platón a la inversa, donde el conocimiento está en la oscuridad y no
en la luz, donde lo certero son las sombras y no el sol y lo que le es propio.
Un retorno a lo esencial que tiene algo de regreso al útero materno, de regreso
al interior, de búsqueda de la seguridad no hallada en el mundo de fuera. Y es
precisamente la torpeza de ver hacia el exterior lo que terminará por
precipitar la clausura de la habitación.
Se me antoja que La habitación oscura posee algo de
metáfora, de alegoría. Se trata de un viaje a los entresijos de una generación:
la nuestra, la presente. Una ventana al desencanto, al descubrimiento de que la
vida, al fin y al cabo, ha resultado no ser como esperábamos. Así, narrada
desde un nosotros, la experiencia de
la oscuridad se vive, y la vivencia se nos muestra como un colectivo, con un
narrador sin género que es a veces masculino, a veces femenino. No importa de
quien es la voz: es de todos. Del que fue banquero malogrado, de la que quedó
sin casa, de aquel matrimonio roto por la falta de dinero. Desfilan por las
páginas aquellas personas afectadas por la debacle económica que nos toca
vivir. El envoltorio de la historia es la crisis y los personajes son
personajes en crisis, verosímiles y complejos. Cotidianos como usted y yo.
La novela se estructura
en piezas de memoria. Una historia de ese cuarto desde sus inicios lúdicos
hasta su final. Una retrospectiva. Desde la diversión sin arrepentimiento hasta
el momento en que la frivolidad deja de tener tanta gracia. Los recuerdos y las
anécdotas en esta historia de la habitación y de sus inquilinos se combinan con
unos fragmentos intercalados, atisbos de gente observada, personas de fuera,
que no son del grupo. Es el pecado de mirar directamente a la hoguera de la
caverna, el desliz de no permanecer en la seguridad de las sombras.
Se trata una novela
intensa, tanto en el fondo como en la forma. El fondo nos toca porque es la
historia de todos nosotros. Vemos nuestro reflejo en cada línea. La forma es
impecable. Una prosa fluida y precisa, culta, que en el momento adecuado se
torna poética. Sin embargo, no es una novela llena de incidentes y fuertes
tensiones. Que no espere el lector peripecias y giros en la trama. No los hay.
El argumento es leve y la acción lenta. En ocasiones reiterativa. Se trata de
una de esas obras escritas para reflexionar, de esas que tienen el don de
abrirte los ojos, de descubrirte algo. Una lección de vida. Como una bofetada
en toda la cara. Voluntaria, pero bofetada.
Isaac Rosa (Sevilla,
1974) divide su tiempo en columnas para Eldiario.es y en escribir novelas. Fue
Premio Rómulo Gallegos en 2005 con El
vano ayer y su novela El país del
miedo fue galardonada con el VIII Premio Fundación José Manuel Lara en
2008.
Con La habitación oscura, que obtuvo el Premio Cálamo al libro del año
en 2013, Rosa se posiciona como uno de los nombres que pisan fuerte en el
panorama literario español. En definitiva, nos encontramos ante una novela
intensa y reflexiva que deja la acción aparte y se centra en el peso de la vida
sobre los personajes, en la metáfora, en el interior.
Novelas de éstas habría
que leer alguna al menos una vez al año. Para que no se nos olvide que somos
seres frágiles a la luz del sol y que la oscuridad, tan incomprendida hoy en
día, tan vapuleada, ejerce en ocasiones de centro neurálgico, de comodín, de
madriguera donde ir y aniquilarse un rato.