lunes, 16 de abril de 2018

La habitación oscura, de Isaac Rosa


Habitar fuera del tiempo en un espacio sin espacio. No ver. Tan solo oír, tocar, sentir. Huir. Buscar. La habitación oscura es ese rincón útil, ese lugar para descubrir, experimentar, aislarse de uno mismo. Con el marco de la crisis, la necesidad de evadirse de la realidad cobra una importancia vital. Es ahí fuera donde convivimos con la hipoteca, el ex marido, el jefe, el paro, los hijos. Donde el tiempo vuela y donde envejecemos. El lugar donde el trabajo y el dinero se acaban. Donde uno puede morir. Sin embargo, dentro, en esa habitación oscura confortable y anónima, uno puede envolverse de sí mismo y dejarse llevar, ser todo o no ser nada. A gusto del ocupante.
El argumento de La habitación oscura (Seix Barral, 2013) es sencillo: un grupo de amigos construyen en un local un cuarto donde nunca entra la luz, una habitación sin rendijas, por completo sumida en las tinieblas. Ese será el escenario para practicar sexo sin saber con quién y sin ser reconocidos, una manera como otra cualquiera de pasar un sábado por la noche. Vuelan raudos los años y la vida comienza a pesar. La transgresión de la juventud se transforma en un anhelo de escape en la madurez. El mismo grupo desfila ahora por el interior de la habitación, pero sus preocupaciones son otras. Sobrevivir al día a día, por ejemplo. Superar las dificultades que acarrea consigo la edad adulta en los tiempos que corren.
Se trata ésta de una caverna de Platón a la inversa, donde el conocimiento está en la oscuridad y no en la luz, donde lo certero son las sombras y no el sol y lo que le es propio. Un retorno a lo esencial que tiene algo de regreso al útero materno, de regreso al interior, de búsqueda de la seguridad no hallada en el mundo de fuera. Y es precisamente la torpeza de ver hacia el exterior lo que terminará por precipitar la clausura de la habitación.
Se me antoja que La habitación oscura posee algo de metáfora, de alegoría. Se trata de un viaje a los entresijos de una generación: la nuestra, la presente. Una ventana al desencanto, al descubrimiento de que la vida, al fin y al cabo, ha resultado no ser como esperábamos. Así, narrada desde un nosotros, la experiencia de la oscuridad se vive, y la vivencia se nos muestra como un colectivo, con un narrador sin género que es a veces masculino, a veces femenino. No importa de quien es la voz: es de todos. Del que fue banquero malogrado, de la que quedó sin casa, de aquel matrimonio roto por la falta de dinero. Desfilan por las páginas aquellas personas afectadas por la debacle económica que nos toca vivir. El envoltorio de la historia es la crisis y los personajes son personajes en crisis, verosímiles y complejos. Cotidianos como usted y yo.
La novela se estructura en piezas de memoria. Una historia de ese cuarto desde sus inicios lúdicos hasta su final. Una retrospectiva. Desde la diversión sin arrepentimiento hasta el momento en que la frivolidad deja de tener tanta gracia. Los recuerdos y las anécdotas en esta historia de la habitación y de sus inquilinos se combinan con unos fragmentos intercalados, atisbos de gente observada, personas de fuera, que no son del grupo. Es el pecado de mirar directamente a la hoguera de la caverna, el desliz de no permanecer en la seguridad de las sombras.
Se trata una novela intensa, tanto en el fondo como en la forma. El fondo nos toca porque es la historia de todos nosotros. Vemos nuestro reflejo en cada línea. La forma es impecable. Una prosa fluida y precisa, culta, que en el momento adecuado se torna poética. Sin embargo, no es una novela llena de incidentes y fuertes tensiones. Que no espere el lector peripecias y giros en la trama. No los hay. El argumento es leve y la acción lenta. En ocasiones reiterativa. Se trata de una de esas obras escritas para reflexionar, de esas que tienen el don de abrirte los ojos, de descubrirte algo. Una lección de vida. Como una bofetada en toda la cara. Voluntaria, pero bofetada.
Isaac Rosa (Sevilla, 1974) divide su tiempo en columnas para Eldiario.es y en escribir novelas. Fue Premio Rómulo Gallegos en 2005 con El vano ayer y su novela El país del miedo fue galardonada con el VIII Premio Fundación José Manuel Lara en 2008.
Con La habitación oscura, que obtuvo el Premio Cálamo al libro del año en 2013, Rosa se posiciona como uno de los nombres que pisan fuerte en el panorama literario español. En definitiva, nos encontramos ante una novela intensa y reflexiva que deja la acción aparte y se centra en el peso de la vida sobre los personajes, en la metáfora, en el interior.
Novelas de éstas habría que leer alguna al menos una vez al año. Para que no se nos olvide que somos seres frágiles a la luz del sol y que la oscuridad, tan incomprendida hoy en día, tan vapuleada, ejerce en ocasiones de centro neurálgico, de comodín, de madriguera donde ir y aniquilarse un rato.